Como ingeniero de seguridad, una definición operativa del miedo que me resulta extremadamente útil es la siguiente:
“El miedo es un sistema de alarma para avisarnos de un peligro con el fin de poder enfrentarnos mejor al mismo.”
—Christophe André
Acostumbramos a contemplar el miedo como parálisis, dolor y sufrimiento, cuando en realidad el miedo, si funciona correctamente, es un mecanismo evolutivo de supervivencia muy beneficioso. Sin miedo no podríamos sobrevivir. Pero no todos los miedos son iguales. Ya los griegos distinguían entre dos tipos de miedo: Deos, el miedo sano, mental y reflexivo; y Phobos, el miedo patológico, intenso e irracional. Y los romanos también: Pallor y Pavor.
El miedo sano nos ayuda a sobrevivir, el miedo insano nos hace sufrir
El miedo sano se presenta cuando nuestro sistema de alarma está bien ajustado en su activación y regulación: se dispara en el momento apropiado ante la conciencia de un verdadero peligro, no una remota posibilidad o un recuerdo pasado, con una intensidad proporcional al mismo. Una vez evaluada la situación y actuado en consecuencia, desaparece rápidamente. El miedo sano genera un pequeño número de falsas alarmas. Su sensibilidad se regula adecuadamente en función del contexto.
El miedo insano, en cambio, corresponde a un sistema de alarma mal calibrado. Se activa ante cualquier situación de peligro real o imaginario: los umbrales de detección del riesgo poseen una sensibilidad exacerbada, por lo que el número de falsas alarmas se dispara: se tiene miedo de nada. Por otro lado, la regulación es casi inexistente: el miedo escala fácilmente en pánico y aunque el supuesto peligro desaparezca, la ansiedad y desasosiego siguen instalados. El miedo insano llega mucho antes de lo necesario y retorna además con muchísima facilidad. Se transforma en patológico, en verdadero sufrimiento. Como un huésped indeseado, se instala en la vida de quien lo padece.
La causa del miedo es bio-psico-social
El miedo a hablar en público de muchas personas trunca su carrera profesional. Los miedos patológicos incapacitan para la vida normal. Surgen fruto de una doble influencia: por una parte, la predisposición biológica, básicamente innata; por otra, la influencia ambiental, aprendida desde la infancia: la propia historia personal y el influjo cultural.
El médico psiquiatra Christophe André del hospital Sainte-Anne de París señala en su libro Psicología del miedo que esta adquisición puede producirse a través de cuatro aprendizajes:
- Vivencias y acontecimientos traumáticos que nos marcaron.
- Acontecimientos penosos y repetitivos soportados de forma regular que terminan afectándonos debido al efecto sumatorio.
- Aprendizaje social por imitación de modelos, especialmente los progenitores.
- La integración a través de la educación de mensajes de peligro culturales y colectivos.
El aprendizaje del miedo es una vía de dos sentidos
La buena noticia es que lo que funciona en un sentido, la sensibilización del miedo a través del aprendizaje o habituación, puede funcionar en el otro, la desensibilización, a través de la terapia de deshabituación. Este fenómeno, llamado neuroplasticidad cerebral, permite actuar sobre nuestro cerebro para lograr deshacer los caminos del miedo.
En las próximas entradas explicaré el fundamento psico-biológico del miedo y por qué la terapia de exposición es uno de los mejores métodos conocidos para ayudar a superar el miedo a hablar en público.
No tienes por qué vivir dominado por tu miedo, puedes enfrentarte a él.
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Diálogo abierto
¿Sientes que el miedo a hablar en público te está frenando en tu carrera profesional? ¿Renuncias a puestos que exijan hacer frecuentes presentaciones?
Qué suerte haber leído este post. Una de las cosas que he aprendido en la vida es que, frecuentemente, detrás de las cosas que me producen temor hay grandes regalos, muchos de ellos la respuesta a algunas de mis limitaciones. Cuando encuentres algo que te atemorice, atraviésalo.
Leer este post me ha servido para recordar este aprendizaje (a veces olvido las cosas…).
Presentar en público no me atemoriza, pero cantar sí: sufro horrores y no puedo hacerlo.
Igual que aprendemos a tener miedo, podemos aprender a no tenerlo. La elección es nuestra 🙂